LA LIEVA

¿Su nombre? Claro que me acuerdo, pero esto no tiene importancia alguna, lo que sí cuenta, es que no la llamaron Ángeles, ni Dolores, como suele ser costumbre en aquella región, ni Gracia o Prado, no, ella alzaba su mirada escuchando un apelativo de tierras lejanas, aragonesas o catalanas. Su pelo lacio, negro mate, no de color azabache como nos imaginamos a la gente del Sur, orlaba una cara blanca, ni rastro de morena, de una palidez sana. Sus ojos negruzcos llenos de ternura pero sin la chispa y orgullo andaluces me cautivaron en el primer instante. Asimismo su apellido, del cual me enteré tarde y por casualidad, indicaba su descendencia de los repobladores castellano – leoneses, con el “de” delante, fingiendo una hidalguía ya extinguida.

Eran las seis de la tarde, cuando el autobús, que me llevaba desde las vastas llanuras aluviales abrasadas por el sol primaveral dirección al pueblo más alto de la provincia en mi búsqueda del frescor serrano, se paró en la plaza tan famosa por los doce caños de las cuales emanan otros tantos chorros de agua pura y cristalina. Con un salto ligero descendí, eché una ojeada rápida a mi entorno, constatando la extraña arquitectura popular en nada andaluza con la salvedad de las fachadas blancas. Ya me quedará tiempo de observar estos y otros detalles, pero primero una cerveza y luego continuar hasta llegar a mi destino.

Pueblos blancos, adosados a laderas de colinas verdes, que miran hacia el valle surcado por un arroyuelo inocente y juguetón, capaz de convertirse en torrente a causa de una tromba de agua, chicas las casas, pocos los habitantes, sosiego, paz, frenado el transcurrir del tiempo, siempre me ha fascinado esa reducción de la vida humana, que tanto se aproxima a la esencia pura del ser. No hay distracción, ni desviación posible ¿Qué pensará esta gente, qué ideas fluyen por sus neuronas, qué es para ellos la vida, si así se puede llamar en vez de vegetar? No es lo mismo pasar todos sus años en un villorrio sin haber salido una vez, o retirarse al campo después de haber disfrutado a tope de las posibilidades que brindan las grandes urbes, bazares de diversión e impactos. Por eso renuncié a visitar a uno de mis amigos, un hippie reconvertido, dueño de una casucha en pleno bosque, y me decidí pasar el puente en un lugar que ni siquiera aparece en los horarios de las líneas de autobuses rurales: un estudio antropológico, un paseo por lo más profundo de la mente humana.

La enésima cerveza en mano miro al público asistente al ejercicio balompédico delante del televisor. Aquí también, como en todo el país se divide la gente en merengue y blau-grana. Aburrido ¿verdad? De reojo constato que las manecillas el reloj indican las diez y cuarto, y yo todavía en este pueblo, y no en el de mi destino. La noche amenaza con oscurecerme el camino, mas no me importa, hace dos horas determiné quedarme hasta mañana sin proseguir el viaje. En una tasca al lado hablaron de una costumbre vetusta consistente en quemar con gran alboroto unos muñecos representantes de Judas, cosa que me llamó la atención, ritos de primavera, de origen céltico claro, aquí en el sur, obviamente repoblado en su tiempo por colonos venidos del norte. Todo encaja, el habla nada andaluza, la arquitectura popular sin reminiscencia mora ni romana, incluso la cantidad de lluvia recogida en los últimos años como consta en una estadística, elaborada por la extensión agraria, que cuelga en una pared.

Con asombro miro la avalancha de jóvenes que corre hacia mí, en el fondo un resplandor del fuego devorador cebándose con los restos del quinto Judas de esta noche. Busco cobijo, no me gusta estar al descubierto cuando vuelan botas, botas tiradas en una lucha pacífica llevando la bulla delante, contraataque, movimientos en la calle, gritos, carcajadas, los chavales on the front line, los mayores en la retroguardia, los más tímidos al abrigo de una esquina. Una serpiente llena de convulsiones se mueve por las calles del pueblo, adelante, atrás, en busca de una nueva víctima que cuelga de un alambre tendido entre dos casas esperando las llamas purificadoras. La magia del fuego, triunfo humano sobre el frío y la noche, todo se convierte en luz y sombra, fantasmas errando en la penumbra, la otra realidad. Y en todo esto vislumbro de vez en cuando sus contornos, como se mueve, con decisión y elegante a la vez. Acapara enteramente la atención del grupúsculo que la rodea, no es una diosa descendida del Olimpo buscando una aventura con un mortal, es una sacerdotisa celebrando el ritual tan antigua del acercamiento a lo divino mediante la locura, la santa locura, éxtasis, bacanal rompedor de las cadenas que nos amarran a lo cotidiano.

Cambios brutales, sólo hay que atravesar una puerta, dentro: el volumen bestial de la música bacaladera, fuera: el murmurar nocturno entremezclado con ráfagas  suaves de charlas; en un lado el reino del cubata, en el otro las fragancias de la hierba; en la pista los espectros de la gente sumergidos en la luz multicolor, en la calle la silueta de un jabalí bañado por la plata de la luna llena. Indeciso con mi eterna cerveza en mano paso por la puerta una y otra vez, ni lo uno ni lo otro, nada me atrae y todo me fascina. Pensamientos de resurrección, pascua, éxodo, el inicio del camino hacia la tierra prometida, umbral entre la muerte y la vida, tiempo de salvación ¿Será también válido para mí?

Ella no se me quita de la vista. La sacerdotisa se ha convertido en niña bailarina que mueve sus caderas al ritmo frenético con su monótono simultanear de bajo y bombo machacón. ¿Quién será ella en verdad, ¿la camarera del bar que sirviéndome la primera copa de zumo cebadazo me cautivó con su mirada que aún me quema el alma? ¿La oficiante de rituales ancestrales? ¿La inocencia en persona que se divierte bajo los focos mientras una sonrisa celestial recorre sus labios? ¿Y cuantos aspectos más se esconderán aún bajo su apariencia frágil? Casi no hay espacio para moverse, empujones por todos los lados, constantemente se pisan los pies, codazos impactan contra las costillas, los pulmones duelen de tanto humo, la sordera se anida en los oídos y en él estomago se manifiesta el hambre y la bebida ingerida. A la deriva me dejo llevar navegando por la marea humana, sin rumbo fijo tropiezo con la cara tan encantadora, “¿Pero tú, que haces por aquí, no dijiste que te ibas al pueblo vecino?” Golpe mortal, sin protección posible, esto va directamente a lo más profundo de mis sentimientos, toda mi intimidad al desnudo la sangre me sube a la cabeza, sudor cubre mi piel. El corazón a ciento ochenta: “No... no, no..., verás, algo me ha cautivado, ya me es imposible dejar este lugar, otro año será, no sé ...” “Venga ya hombre, no será tan grave” Y una vez más su risita angelical por los labios ”¿Verdad, tu no eres de por aquí?” ....

Aún me duele la cabeza algo, pero ya no tanto como por la mañana cuando el sol me despertó calentando mi saco de dormir. Pasado el primer café, aspirina incluida, el aguardiente al que me invitaron – “Es buena y sana costumbre serrana”- está digerido, olvidado la media hora de espera que al final duró dos y media, remediada la deshidratación alcohólica con unas jarras llenas de líquido dorado, reposa mi testa cerca de su hombro. El prado verde desciende suavemente hacia el arroyo que surca el vallecito con su curso caprichoso bordeado de unos álamos y arbustos que forman un incipiente bosque – galería. No muy lejos de nosotros se ve el grupito de amigos con los que hemos salido al campo para comer juntos el bollo con su huevo pascual. Una felicidad jamás soñada me invade, giro mis ojos hacia ella y le susurro: “Vaya destino más curioso, querría pasar estos días en el pueblo al lado antes de lanzarme a una aventura con mayúsculas, aún estoy a 5 kilómetros, y la culpa tiene mi sed de cerveza a causa de la cual tropecé con tu mirar sirviéndome la primera jarra. Tendría que irme, mas no tengo gana alguna, creo que me quedaré un tiempo cerca de ti a pesar de que algo se me rebela, todavía necesito la LIBERTAD sin limites antes de aplicarlo  todo a los quehaceres cotidianos” a lo cual ella responde sin olvidar su sonrisa: ” Mira, esto es como el agua, mientras baja por el arroyo tiene la posibilidad de llegar al río e incluso al mar, pero cuando entra en una lieva le queda sólo la elección donde pararse definitivamente en un entorno muy reducido, los grandes proyectos se acaban empieza el “Lo pequeño es hermoso”, salvo que logre la purificación, se evapora y empieza un ciclo nuevo, o una tormenta la arranca y la lleva otra vez al arroyo”. “Entonces déjame ser el agua de tu huerta, elemento ajeno y universal a la vez, la fertilización necesaria para toda vida.”