LA NEVADA

Aire cristalino. Los picos blancos. Los árboles del bosque cercano crujiendo debajo del peso de la nieve recién caída. De la chimenea de la casa adosada a la roca salía un humo débil, juguetón. Se oían golpes secos, casi rítmicas, detrás de la casa. El sol acarició las laderas con una luz dorada, caliente, envolviéndolo todo con un encanto que sólo se encuentra en algunos cuadros, normalmente no accesibles al público en general. Cesaron los golpes y un hombre de constitución fuerte, alto, rubio, la barba enmarañada con finos hilos de aliento helado, un sombrero en la frente ocultando la cara, el hacha en mano, apareció, abrió la puerta y se adentró en la casa. Iba a la alacena y cogió una botella de cerveza media llena, se llenó un vaso, lo puso encima de la mesa rústica, acercó con la mano izquierda una silla de tres patas, se sentó y se quedó así, la mirada perdida por la pequeña ventana, que dos maderos partieron en cuatro diminutos vidrios mojados por el calor y la humedad del interior y el frío y la sequedad de fuera. El vaso lo mantuvo con la derecha, pero no bebió. Mil pensamientos se cazaban mutuamente en su cabeza. Como era costumbre mensual desde hace 17 años, el tiempo que llevaba aquí, ayer se había ido al pueblecito del valle haciendo sus compras urgentes y encargando otras para más adelante cuando la nieve se habrá retirado ya definitivamente. Después se fue a la tasca, su agencia de noticias. No había ocurrido ninguna muerte, ni boda o accidente lamentable alguno. Al levantar y despedirse se le acercó Amancia, una mujer de unos treinta años, que trabajaba de asistenta social en el ayuntamiento del cual el pueblecito formaba aldea. "Mañana tengo que visitar al viejo Nicolás, ya sabes, el del cortijo de la ladera sur, al otro lado del puertecillo. Pues, si estás en casa por la tarde, al regresar te echaré una visita." "Claro que estaré, lo sabes, no tengo nada que hacer y una visita siempre se agradece, pues ayuda a disipar pensamientos tristes, nórdicos".

Y ahora estaba aquí, sentado, el vaso en la mano, la leña esperándole, tenía que partir más, las visitas tienen sus normas, requieren recibimientos, cumplimiento de la cortesía elemental, el calor, la comida y la bebida, el lo sabía a la perfección, pero algo se rebeló, dijo que no, no, por eso te fuiste, dejaste los fértiles valles fluviales, abandonaste las ciudades ricas, pronunciaste un último adiós y todo ¿para caer otra vez en la trampa de la forma menospreciando el contenido? Un trago. La mirada buscando. Tranquilidad. Reposar. El Nirvana. Un trago. Los ojos abiertos, sin fijación. La cara pétrea. ¡Por qué! La leña, la ideología, estar dentro, estar fuera, estar, estar y el ser, el ser ¡qué! Cumplir con mi papel. ¿Con cuál? ¿El mío, el que piensan que es mío, el que pienso que ellos piensan, el que nadie se atreve a pensar, a imaginar, o es la sorpresa, lo imprevisible precisamente lo único predecible? ¡La leña! Ni había mantenido la lumbre. Ni encendido otro fuego. Los rayos del sol calentaban las paredes de la casa. El frío no le afectaba mucho, ¿pero a otros?

Se escuchaban pasos acercarse a la casa, crujiendo la nieve, dos golpes en la puerta, el primero tímido, y otro con más decisión, "¿Puedo?", un silencio seguido de "Si, entra por favor", el chillido de la puerta, "debería echar algo de aceite" se pensó, "Hola Torcuato", "Hola Amancia, que tal", se estrecharon las manos, frías las unas, calientes las otras, "Siéntate aquí en la sillita o prefieres el banco empotrado, como quieras", en frente de él ella se dejó caer sobre el banco, "¿Quieres un vaso de cerveza?", "Si, tengo mucha sed, la subida del puertecillo y el sol, ladera sur, lo sabes", "Si, si, como no".

Era la primera vez que ella estaba en su casa. Sus ojos se movían rápido de un sitio a otro, engullir detalles, probar con ellos una conclusión, captar vibraciones, ordenar impresiones, intentar deducir algo, comprender. A Torcuato conocía poco. Se acordaba del día que le vio por primera vez, en el ayuntamiento, por la mañana, ella nueva, recién acabada la escuela, novata, él arreglando algunos papeles, luego al preguntar a los colegas le dijeron que Torcuato era escritor, retirado parece, loco, vive una vida solitaria ahí en el monte, arriba, baja poco, ¿familia? ni que lo sepamos, loco.... Luego se encontraron algunas veces en la tasca. Hablaron de cosas de escasa importancia, incluso bailaron en una Noche Vieja juntos una polca alegre, costumbrismo.... y en este momento aquí, le querría preguntar tantas cosas, descubrir un secreto, uno o dos, aprender ... ahh ... realmente no sabía, ¿curiosidad, aburrimiento, juego? ... "A la nuestra", se despertó de sus pensamientos, "A la nuestra".
Empezaron a hablar. Nada de importancia. Cosas cotidianas. El tiempo. Los precios. Los últimos acontecimientos en el pueblo. Pues nada, haciendo ejercicios de conversación. Mas de repente Amancia le preguntó "Tu eres escritor, ¿verdad?" "Si, lo era" "Como, ¿lo eras?" "Si, esto es, lo era. Pues he escrito un libro hace bastantes años" "Cuéntame, ¡por favor!" "No sé, bueno, bien, ¿quieres otro vaso de cerveza? hay una botella más" "No gracias, pero he traído un orujo, si quieres"
El asintió con la cabeza y se llenaron sus vasos. Torcuato empezó a contar que tiempos atrás había escrito un libro, un libro famoso, alabado por la crítica y comprado por el público, adornado con premios, lo que se llama una suerte, le permitía vivir, incluso hoy sigue viviendo de él, hay reediciones, sobre todo en círculos de lectores o colecciones de grandes obras de la literatura, sí, pero no le gustaba escribir, limar palabras, corregir construcciones sintácticas, encontrar sinónimos, cuidar la expresión, enhilar una historia, dar con la idea magistral, le encantaba más pensar en bloques pequeños, sin relación entre si, el contenido, no la forma, el salto abrupto, probar, tentar, dar la vuelta, deslizarse sin saber si y donde está el fondo.

"Pero ¿como has escrito tu libro?" "Pues sencillamente yo estaba enamorado y expresé todo mi pensamiento en una novela de locura, ' El Hilo', se trata de una historia de dos que se encuentran por casualidad y se relacionan entre si, como si un hilo les une, pero con el tiempo vienen más hilos, se empieza a tejer una forma geométrica, lógica, que se extiende cada vez más, ya se convierte en una red, que comienza a tocar muchísimos aspectos de la vida de los dos hasta en convertirse en una maraña que cubra y ahoga al final todo, a los personajes no es posible cortar el hilo, porque sigue siendo maravilloso. Una historia trágica, llena de amor, de comprensión, una locura que solamente se podía escribir en tal estado exaltado" "Y desde entonces ¿ya no has escrito nada?" "Nada" "¿No te encantaría?" "Imposible" "¿Por qué?" "Tendría que enamorarme otra vez" "¡Pobre hombre!"
Con un movimiento fugaz le acarició la mejilla. El cogió sus manos, las apretó, y las soltó. Sus miradas se cruzaron, se entrelazaron. Para un caminante hubiera sido posible vislumbrar desde fuera por la ventanilla dos sombras, sentadas en frente, tocándose de vez en cuando, incluso besándose. Silencio. El sol caminando hacia el oeste. Unas nubes negras sobre los picos alejados. Cuatro campanadas desde el valle. El viento se levantó, no muy fuerte.
"Ya son las cuatro. Tengo que irme" "¿Por qué?" "No sé, mañana hay que madrugar, a trabajar" "Pero con todo que has bebido, ¿como quieres irte?" "Con los esquís" "Será peligroso, ¡no controlarás!" "Si, si. Ningún problema, nos veremos, seguro, un beso" Un beso, largo, lleno de imprecisiones, de tristeza y ligereza, de separación y reunión, un beso y se fue.

Sentado en la mesa, Torcuato, un papel delante de sí, un papel blanco, amenazador, invitador, ¡donde dejé el boli? ¿Cómo empezar?. Un cuento corto. Uno solo. Para empezar. La historia trazada con movimiento audaz: 

Él la admiraba desde quien sabe. Le faltaba el talento de comunicar. Solitario. Un día, por - eso hay todavía que inventar - lo que sea, Ella llega a Su casa. No sola. Con gente. Hay vino, cubatas, de todo. Ya avanzada la fiesta se tropiezan en una habitación. Ella juega. Él tienta el momento. Sucumben. La llamada a la puerta. Nos vamos. No. No podéis conducir. Hay sitio para dormir. Nada. Promesas de reencuentros. La ligereza y la profundidad.  Sentado. Saudade.
El sueño: El teléfono. La avería. Recógenos. Nos quedamos. Mañana al taller. Noche de ceguera, de locura. La gente comiendo, bebiendo. Él, Ella en una habitación. El dedo del destino. Él en blanco, Ella en negro. Cambio. El ahora con el frac, Ella en lencería resplandeciente. Dos niños. En una pradera. La boda. Los niños. Un caminar juntos....
El despertar. Dormido en el tresillo. Las 2 de la mañana. Nadie. Nada. Pero si. Hay una llamada en la puerta. Es Ella. Avería de coche. ¿Nos podemos quedar? Ya no hay comida. Poca bebida. Frío. Ambiente gélido. Pensando en mañana. Dormir. Separados. La resaca. El despertador. El Taller abre temprano. No hay tiempo para más. Adiós.

Falta el mazazo final. La moral. ¿Quién? ¿Ella? ¿Él? ¿Un accidente por ligereza? ¿Un suicidio? Un reencuentro? ¡Por qué siempre acabar! Se deja la historia así, un recorte de la vida, sin sentido. Un video de 8 horas. Sólo el pasado que tiene relación directa es nombrado, fuera el resto. Nada de futuro, de porvenir. 8 horas en el filo del presente, esta frontera entre el será y el ha sido. Ya está. A la obra.
Pausadamente empezó a poner palabra tras palabra. Frase junto a frase. Párrafo seguido de párrafo. Una página. Dos. Tres. Un golpe en la puerta. No respondió. No lo escuchaba. "Torcuato". Se frotó los ojos. Soñando. Tres golpes. "Torcuato". "Si". Se levantó, cinco pasos y abierta la puerta. "Pero ...  A M A N C I A  ¿qué haces tú aquí, no te fuiste?" "Si, pero se me ha roto un esquí. Nieva mucho. Así no puedo llegar al valle. Ya es casi de noche." "Quédate aquí. No hay problemas."

Quedaba poco fuego. Torcuato se daba cuenta que él no se había preparado. Quedaba una cerveza. Nada de caliente. Comida tampoco. Él no estaba preparado. Estaban sentados cerca de la pequeña candela que amenazó con apagarse en cualquier momento. Su historia. Aquí. Ahora. Real. ¿Qué hacer? Soñar. Realizar. Coger. Dejar. Y Amancia. ¿Qué? ¿Sólo pensaba como llegar al valle? ¿O en otra cosa? ¿Que derecho tiene él? ¿Ella? Un cuento que se tuerce sobre si mismo. ¿Habrá salida? La forma y el contenido. La responsabilidad. Carpe diem. El libre albedrío. Uno sí, ¡Pero dos! Pueden ser opuestos. La predestinación. Él - viejo, Ella - joven. ¿Como ahondar? La chispa sale en momentos cálidos, sin control, la santa locura. Y ¿en este instante? ¿Gélido? ¿Cotidiano? ¿Tiempo real? Dos figuras mudas sentadas. Iluminados por unas llamas cambiantes. Mudos los dos. Caídos en sus pensamientos. Atrapados.

"Hace frío, será mejor que nos vayamos a dormir" "Sí, tienes razón" "Te traigo unas mantas y un colchón, quédate aquí, cerca del calor. Yo duermo en la habitación al lado. Si necesitas algo, llámame"

El sol apenas se había levantado. Todo el paisaje rielaba. Cientos de millares de cristales diminutos de la escarcha y de la nieve centelleaban reflectando la luz matutina. Un palacio de diamantes al aire libre. La bruma en el valle. Los abetos testigos serios. El cielo azul. Unos copos de nieve negándose a la ley de Newton. Torcuato partiendo leña. El fallo no se repetirá. El hacha relucía. Golpes secos, rápidos. El vapor del aliento.

Al entrar, Amancia estaba levantada. "Hola, ¿qué tal has dormido?" "Muy bien, gracias" "Voy a encender el fuego, ¿quieres una taza de café?" "No gracias, tengo que irme, el trabajo, ya sabes, hasta la próxima" Un abrazo somero.

Otra vez solo, Torcuato cogió los tres folios, los arrugó poniéndolos en la chimenea. Algo de leña recién partida encima. El cerillo se encendió, se acercó al papel lleno de letras. La llama prendió.

Ya acercándose al valle, en medio del descenso, delante de la gran curva, Amancia volvió sus ojos para ver por última vez la casa de Torcuato antes de que las colinas impidieran la vista. De la chimenea empezó a salir un humo blanco. Qué tranquilidad se pensó, qué paz, qué lástima que él ya no escribe.