LA SOLEDAD

Luis entró en el pub como siempre después de un concierto. Seguro de si mismo, los ojos vivos controlando el ambiente, el movimiento de las manos lento, reposado, el andar casi rozando el baile. Se dirigió a la barra. "Ponme un JB, sólo con hielo" dijo con voz alegre. Estaba todavía pensando en los últimos aplausos del público. Se halló satisfecho, hecho el trabajo, la noche era suya. Le gustaban los pubs. Se podía hablar. Su público estaba ahí. Le reconocían. Le tenían respeto. Era cuando más se sentía un artista, más que en el escenario, porque en frente de esa masa amorfa, formada por los asistentes a sus conciertos que habían depositado toda su individualidad para convertirse en público, el ejecutó simplemente su show en un plan, que se asemejaba bastante a una masturbación mental. Ahora escapado del escaparate frío buscaba el calor de la compañía de uno o dos individuos concretos. "Hola, perdone, ¿pero tú no eres él que tocaba en la Macro?". "Si, no puedo negarlo". Empezaron los trámites, el ritual exploratorio de cada noche. Lo de siempre, va durar entre cinco y quince minutos hasta encontrar un contertuliano válido, pensó Luis. "¿No te sientas un rato con nosotros en aquella mesa?". "Claro, pues si ¡cómo no!" respondió. Se acercó a la mesa, removió una silla y se sentó con su sonrisa habitual de hombre de mundo. "¿Cuanto tiempo ya llevas tocando? ¿De donde vienes? ¿A donde vas? ¿Donde te quedas esta noche? ¿Te gusta nuestro pueblo?.....". La parte más aburrida en la vida de uno que vive en la carretera. Cantidad de veces se encontró con la tentación de inventar un curriculum vitae imaginario aplicando su creatividad no sólo a la música, si no también a la fábula. Para él eso no era mentir, era una manera de jugar, de divertirse convirtiendo fríos datos exactos en dulces posibilidades alternativas. Imperceptiblemente viró la conversación hacia otros temas. Primero pausadamente. "Yo también conozco este sitio". "Que bien se come allí". Luego cada vez más rápido. "Curioso lo que piensan allá de la política". "Vaya, ¡que costumbres más raros!" Para acabar en una charla de profundo sentido filosófico. Había una mujer llamada Soledad a su lado que despertó su interés. Ella hablaba con gran tranquilidad, convenciendo únicamente por sus argumentos sentados, por su punto de vista global, por la sencillez de sus conclusiones, sin el anhelo de querer imponerse. Luis se encontraba a su gusto. Definitivamente esto era su ambiente. Admitir, negar, poner en tela de juicio, conceder, estar de acuerdo, expresar su disconformidad, empezar una explicación que se corta sin más que comenzar, encender el turbo, relajarse escuchando a otros, buscar una cita de alguien que escribió libros para ser citado, presentar los últimos descubrimientos de la investigación científica recientemente leídos en no sé que revista, irse a los servicios y constatar al volver que ya se habla de un tema nuevo, intentar otra salvación de la humanidad, exponer un programa político capaz de traer la felicidad a todos .... "Nos vamos a otro sitio, ¿tú vienes también con nosotros?". Era Soledad la que le preguntó. Luis despertó de su ensueño. Se montó en su coche. Se fueron a una terraza de verano y de moda. Siguieron charlando. Ella le rozó con su cuerpo. Parecía causalidad. Pero al repetirse ya no tanto. Empezaron a acariciarse las manos. "¿Donde dormirás esta noche?". Esta vez la pregunta no formaba parte del ritual. Iba en serio. "No lo sé, quizás en mi coche" respondió él. "No seas tonto, mira yo tengo una casa, vente conmigo". Luis aceptó. Se despidieron de los otros. En el camino se pararon en un bar que solía abrir por la mañana temprano. Churros y chocolate. Hablaron. Dejaron la gran política. Hablaron de si mismos. No de coqueterías intelectuales. Hablaron de experiencias. Hablaron de entender, no de convencer. Empezaron a abrirse el uno para el otro. Ya en casa continuaron hablando. Cada vez menos con palabras, cada vez más abiertos. Eran dos almas que se buscaban. De repente Luis notó algo extraño, era algo como miedo, como una advertencia. Se sintió solo, totalmente solo. Y eso en los brazos de una mujer. Su materia gris se puso en alarma. A velocidad de luz examinó la situación. Estaba la mujer, dispuesta a unirse con él. Unirse significa abrirse totalmente, aniquilar el ego, diluirse en el cosmos, entrar en la más profunda soledad para entregarse solito a un otro ser que padece la misma soledad, la misma ansia. Aún tenía la libertad de decidirse, luego sería un camino a sitios insospechados, sin retorno. Todo dependía de él, de él solo. Se veía desamparado, sin ayuda ante esta responsabilidad de dejarse llevar a la irresponsabilidad de sumergirse en un otro ser con salida nada definida. Tenía espasmos en el vientre. Su cabeza amenazaba con reventar. Su corazón palpitaba. Sudor le cubrió todo el cuerpo. Se mareaba. Corriendo, sin decir nada se fue al cuarto de baño. Vomitó. Cogió su abrigo, se lanzó a la calle con un grito mudo en sus labios.