TAROT

No sabía que sí o que no. Era una de esas decisiones que siempre dejan un fondo de dudas, pero finalmente venció la curiosidad. Juanma entró en la casa vieja, cubierta de yedra. Se paró unos segundos hasta que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad reinante. Lentamente subió la escalera de madera y llamó tímidamente a la puerta. Se escuchaba música romántica. Dos guitarras se envolvían con sus melodías, formaban guirnaldas de tonos y cascadas de sonidos, se abrazaban y se soltaban, jugaban como si fuesen dos niños en una pradera soleada. Suavemente se abrió la puerta. De la penumbra surgió una figura envuelta en un vestido largo, blanco, que caía en trazos al suelo. Una voz femenina, profunda y cálida le preguntó que era lo que quería. "He venido para una consulta de tarot." dijo "Me han dicho que usted echara las cartas." "Así es" respondió ella "Entra por favor. Mira, me llamo Amadea. Sería mejor que nos tuteamos, así podemos crear una aura de confianza que conviene para las cartas." Juanma siguió a ella por el corredor estrecho. Al final hubo una puerta y encima de ella lucían unas letras doradas:

DO WHAT THOU WILT SHALL

BE THE WHOLE OF THE LAW

LOVE IS THE LAW

LOVE UNDER WILL

"Que significado tienen estas letras" preguntó Juanma. "Mira" explicó ella "Son dos sentencias en inglés antiguo. Era el lema de Aleister Crowley, uno de los más entendidos en asuntos esotéricos. Significan lo siguiente: Haz lo que quieres debe ser la ley entera. Y: Amor es la ley, amor bajo voluntad. El problema esta en saber lo que uno realmente quiere. Así visto no es una invitación al libertinaje sino a la exploración de las profundidades del alma. Siéntate en aquel lado de la mesa." Se sentó en la mesa. Era una mesa redonda, de castaño macizo, sobre cual se hallaba colocado un mantel de color rojo profundo, casi purpúreo. En un rincón de la habitación se encontraba un sofá de tapicería media gastada con ornamentos que ya no se distinguían. Delante una mesita de bronce. Encima un cenicero hecho de una concha marina. En la pared opuesta se alzaba una estantería llena de libros. Algunos lomos gritaban en colores violentos, pero otros contaban cosas de tiempos pasados. Una cortina marrón ocultaba parte de la única ventana dejando entrar una luz débil que bañaba toda la habitación con un aire de misterio, no de miedo sino más bien un guiño a las quimeras de la noche de los tiempos.
Amadea miró pensativa su colección de barajas de tarot. No solía usar siempre la misma sino que según el día y las vibraciones in- y exteriores se inclinaba hacia una u otra. Hoy le tocó el turno al tarot del señor Arthur Edward Waite. Su diseño es alegre, de una serenidad divina, no cargado de un simbolismo oscuro como tantos otros. Con las cartas en la mano se acercó a la mesa para tomar asiento. "¿Cual es tu problema?". "Es que estoy con líos emocionales y quería saber mi futuro sentimental." contestó lentamente. "Bueno, baraja las cartas ahora pensando en el asunto para que ellas pueden captar tus emanaciones." Juanma mezcló las cartas y las devolvió. Amadea puso la primera boca arriba sobre el mantel. Un rey sentado en un trono sobre agua manteniendo una copa en su mano derecha y su cetro en la izquierda miraba sin fijarse aparentemente en nada hacia un punto que estaba fuera de la carta. "La carta habla de un hombre que no sabe decidirse, que tiene un conflicto entre su espíritu y su corazón y que por lo tanto deja llevarse por las circunstancias sin intervenir activamente." La segunda mostraba un chico sentado debajo de un árbol con aire infeliz, delante de él tres copas vacías en el suelo y una mano misteriosa surgiendo de una nube ofreciéndole otra más. "Lo que pasa a nuestro hombre, que tienes que ser tú, es que ha gozado mucho durante cierto tiempo, pero ahora el placer ya no es tanto y por eso es indeciso si quiere continuar o cambiar." En la próxima carta se veía una mujer extraña sentada sobre una piedra delante de un velo que colgaba de dos columnas, una negra y otra blanca. "Va entrar en tu vida una mujer, que guarda las claves para que puedas salir de esta situación." En la cuarta se podía ver a un ángel en una orilla con un pie sobre la tierra y el otro metido en el agua mezclando un líquido con dos cálices. "Te vas a reunir con esa mujer y vais a tener mucho intercambio." La quinta representaba un niño desnudo que cabalgaba regocijadamente debajo de un sol radiante. "Vas a vivir un placer intenso, de cierta manera inocente, sin preocuparte demasiado del más allá." Ya iban cinco cartas, pero Amadea sacó otra más. Ostentaba un hombre sujetando tres espadas, dos más se encontraban en el suelo, que con una risa maliciosa miraba a dos individuos que se alejaban derrotados. "Vas a tomar una decisión y romper un equilibrio existente. Sabrás que tienes que hacerlo, si no quieres que las cosas se te pongan inaguantables. Ahora viene la última." Una reina estaba sentada en un trono muy adornado en medio de un paisaje otoñal. Nostálgicamente observaba una moneda grande que tenía en sus manos. "Finalmente habrá una mujer, que te dará paz y estabilidad. Va ser una relación madura."

Juanma saltó de la silla. "Que bien" exclamó. "¿Cuanto te debo? ¡Qué contento estoy!" "Pero no quieres una lectura más pormenorizada?" "¡Que va! con esto tengo bastante". Y pagado el precio sin olvidarse de una propina sustanciosa se marchó.

Amadea estaba sola. Reflexionaba sobre lo pasado. Claro, él era el rey de copa. Susceptible de todo. Y esa ligereza, esa inexperiencia, esa corroboración de la vida. Se sobrepusieron dos imágenes en la mente de Amadea. El Juanma real existente, que ella apenas conocía, y el rey de copas, del cual si sabía mucho. Ese rey con sus ojos de soñador abiertos que siempre contemplan algo muy lejos, inalcanzable, anhelándolo, mas temiendo que sus fuerzas no basten para alcanzar tal meta, sentado en la baraja de Waite, joven aún, indeciso, aguantando su situación incómoda rodeado del océano por todos partes, condenado a mirar sin la posibilidad de intervenir; ese rey viejo, lleno de morriña del tarot de Marsella; ese rey mozo rubio de Crowley que se lanza hacia la luz en un mundo azul, no percatándose de su caballo que le negará la obediencia en cualquier momento distraído por un pavo real; ese rey rubio, barbudo, tímido de la baraja del Golden Dawn, cuyo emblema es el mismo pavo real, montado en caballo blanco; ese hermosísimo Señor de las olas y las aguas, a quien le empujan los poderes de su reino  hacia adelante mientras que él esta hundiendo su mirada en el horizonte lejano.

¡El rey de copas! El piscis noctámbulo e imaginativo, confinado en los continentes oníricos. Empezó a tomar formas. Cada vez se hizo más real, la metamorfosis de una idea a través de una carta en una persona de carne y hueso. Pero, ¡ay de mí! ya no se encontraba dentro de estas cuatro paredes, se ha ido, a lo mejor para siempre, sin volver nunca, ¡mi rey de copas! Entre melancolías y alegrías ennegrecidas Amadea entró en la cocina. Una infusión de lo que sea. Tranquilizarme, encontrar un punto fijo que sirve de sustento, un punto por donde empezar de nuevo. ¿Menta? no, ni salvia, tampoco orégano ¿qué es esto? Espino albar o, como la gente le llaman aquí, tilo, un calmante, y añadiédole un poquitín valeriana, que bien sienta todo esto al cuerpo ¡y a la mente! que sosiego, las nubes se despejaron, un rayo, primero débil, preludió una iluminación que se iba haciendo más fuerte en el transcurso de los minutos, finalmente podía pensar libremente, parecía un estratega inclinado sobre croquis y mapas en plena tarea de organizar la fechoría de la campaña, tensada como una ballesta buscando su blanco, en concentración total igualando al tan famoso discóbolo de Mirón que sorprende todavía hoy, pasados quinientos lustros, a millares de turistas en Roma.

Todo ya estaba claro. El rey de copas con ese presagio de las cartas buscaría una corriente que le llevase consigo, que le empujase hacia su destino que tan inalcanzable le parecía, el buscaría a gente, a movida, a un mar donde sumergirse y dejar arrastrarse a nuevos horizontes. Amadea cogió el periódico. Guía fin de semana. ¡Aja! Fiestas en El Pozuelo. Apenas a veinte kilómetros. Si, sus amigos le convencerán que tiene que acompañarlos y el dirá que sí y se irá con ellos esperando que la mujer misteriosa le encuentre y le seduzca...

Cinco horas más tarde, Amadea paseaba por El Pozuelo. Era un pueblo pequeño, en las afueras de la ciudad, las casas blancas adosadas estrechamente las unas a las otras dándose cobijo como si de un rebaño de ovejas acosado por lobos se tratase, bifurcado por calles tortuosas, pavimentadas con piedras calizas y volcánicas, que formaban círculos, líneas, meandros, triángulos, un sin fin de formas y dibujos sobre los cuales se perdieron los pasos de Amadea. Subiendo pasó delante de una tienda, "Por la compra de un 3 kilo de mortadela le regalamos un vaso" anunciaba un cartelito escrito a mano con rotulador negro al lado de otro que mostraba la nueva colección de helados para la temporada vigente. Un hombre salió con una caja de cerveza dejando entrar a una mujer decidida de adquirir lo que faltaba para una cena festiva. La calle estaba adornada con banderitas que invitaron a probar el vino del tío no sé que alternándose con otras de la misma casa pero con mensaje refiriéndose a un coñac. Un policía municipal colocó una señal para cortar el tráfico y de lejos se escuchaba "Probando, si, ssssssii, probando". El Pozuelo estaba de fiestas.
Al llegar a la plaza, Amadea entró en el bar "Las Espuelas" pidiendo una caña y recibiendo un vaso de plástico lleno de espuma. Los camareros ordenaban sus papeles, algún colgado quiso convencer a su contertuliano de sus facultades fandanguísticas, otro estaba empeñado en vender cuanto antes gritando "Me queda el diecinueve", un concejal se asomó preguntando por los músicos porque ya es hora, un matrimonio luchó con otro por la posesión de una mesa en primera fila, el churrero se llevó un cubo de agua, un negro se enfadó porque no le dejaron enchufar su cable para la iluminación de sus baratijas, un futbolista del equipo local se llenó por quinta vez la recién conquistada copa con una mezcla de todos los licores de importación, un niño lloró porque su superlasergalacticspace pistola ya estaba roto y no emitía sus sonidos bélicos, un tío se mosqueó a causa del precio de la cerveza que durante el año es de diez duros pero esta noche se ha fijado en quince "Que quieres, estamos en fiestas" fue la respuesta lacónica del amo del bar.

En este momento mientras empezaba la orquesta con amenizar la velada entró un grupo de unos ocho chavales. Amadea se fijó en los nuevos llegados. Juanma estaba con ellos. Una sonrisa recorrió los labios de Amadea. "Hola, ¿qué haces tú aquí?" "No sé, me daba gana de salir algo, pero vaya coincidencia ¡tú también has venido aquí!" "Claro, son las únicas fiestas que hay este fin de semana." "¿Quieres tomar algo?" "Si, ¿por qué no? una cerveza" "Camarero, trae nos una jarra de cerveza y algunos vasos. Mira, te presento mis amigos".

Más tarde en la noche se veía a Juanma y Amadea bailando en la plaza, primero al ritmo del éxito de este verano, "Buenas noches, Europa", una versión rapeada de "No llores por mí, Argentina", luego al son del pasodoble "Tambores de Colón y cornetas de Cortés" para finalizar en un abrazo que apenas se movía, pero besándose mucho.

Por la mañana desayunaron en la cama con champán. Visitaron bares, comieron las más exóticas comidas, Amadea por delante, Juanma en zaga, bailaron en discotecas, se fueron a la playa, subieron a los picos, se perdieron en los bosques, caminaron sobre praderas, exploraron ríos, compraron en el híper, vieron películas, oyeron conciertos, degustaron vinos, mano en mano empezaron a descubrir la vida, a vivir las alegrías, a disfrutar del cuerpo, a regocijarse del alma, a serenarse, a encontrarse, a fliparse gozando como dos niños inocentes.

Transcurridas dos semanas Amadea tuvo que ausentarse durante dos días a causa de una de esos reuniones familiares que suelen celebrarse bajo varios pretextos como son comuniones, bodas o entierros. El motivo exacto del viaje de Amadea no nos interesa aquí, porque no influye en absoluto en el transcurso de nuestra historia. Pero cuando regresó, Juanma no estaba en casa. Tampoco vino por la noche, ni al día siguiente. Amadea se lanzó a la calle. Quería encontrarle. Caminaba por toda la ciudad, buscaba por todos los rincones hasta que un día le vio, brazo en brazo con otra mujer. Era como si cayera un telón negro delante sus ojos. Su mano izquierda se apoyó en la pared. Bamboleando se dirigió a casa. ¿Como era posible? ¿No decían las cartas? ¿Como era? ¿Que cartas exactas? ¡Tenía que recordarse! Y de repente vio todo claro, iluminado por una luz fuerte, brillante y radiante, el rey de copas y su relación con la reina de oro, su novia de siempre, el anhelo del cambio, de una aventura corta, sin comprometerse, y a ella le tocó ser el objeto del gozo para darle una nueva experiencia que podría aportar a su novia como regalo. ¡La Templanza! esa carta que habla de re-reunión, de rejuntar cosas o personas que antes se habían separados para analizarse a fondo y luego encontrarse de nuevo con una conciencia más profunda y por ende más libre, más madura. Claro, él no ha querido una lectura más pormenorizada, de ahí que Amadea no se percató de que la carta reinante era la Templanza. Amadea tomó con un suspiro profundo la baraja de Aleister Crowley, la mezcló y sacó una sola carta. El rey de bastos, montado en su caballo negro, lleno de energía, controlando con su mano derecha las riendas, una antorcha ardiente en su izquierda, dirigiéndose a través del fuego a una meta cercana, alcanzable. ¡El rey de bastos! Amadea cerró sus ojos. Ahora hay que esperar. Él tomará la iniciativa, él la llevará a donde sea, él decidirá, él la mimará, la amará, la acariciará.

En este momento sonó el teléfono…